¿Qué vemos cuando miramos el entorno? No importa cuan lejos vague nuestra mirada, ¿solo vemos lo obvio?
Alguien podría razonar "si veo un árbol, ¿qué otra cosa puedo ver?"
Pero la realidad nos muestra otras facetas. Tengo la impresión de que solo observamos cosas parciales. Vemos el detalle pero nos perdemos la totalidad dado que cuando solo nos guiamos por lo material -o temporal-, no alcanzamos a percibirla en toda su extensión. Es como si viviéramos en la superficie de un iceberg, la mayor parte del cual está bajo el agua, accesible solo hasta cierto punto, según cada uno.
Debemos aprender a profundizar lo que vemos, porque todo lo que nos rodea, y nosotros mismos, somos mucho más que lo evidente.
Este suceso lo defino como una "visión de horizonte limitado" que depende, casi exclusivamente, de nuestras actitudes y comprensión frente al medio en el que estamos inmersos. Imaginemos estar rodeados por estructuras mucho más elevadas que nuestra altura. Ellas constituyen nuestro horizonte actual. Y bien podríamos pasar toda nuestra vida ignorando todo lo que no sea nuestro entorno.
Pero el conocimiento impartido por la doctrina del evangelio tiene la fabulosa propiedad de "elevarnos" por sobre dichas estructuras -nuestras propias limitaciones, preconceptos e influencia del mundo- permitiéndonos, mediante nuestro esfuerzo, ampliar el horizonte y vislumbrar que a la distancia existe un todo mucho mas inmenso, del que formamos parte.
Dicho de otro modo, al estudiar y poner en práctica en nuestra vida cotidiana los principios del evangelio, se irá ampliando nuestro grado de comprensión de lo que nos rodea. Ya no tendremos una perspectiva confinada a una tumba, sino que nuestra mirada vagará sin limite hacia el futuro. Como está expresado en las escrituras, al buscar conocimiento "tanto por el estudio como por la fe" -D. y C. 88:118- los canales de la revelación y la comprensión personal nos podrán ser abiertos de cuando en cuando, constituyéndose entonces la palabra de Dios en un faro entre la duda, la confusión y la ignorancia.
Es probable que no haya invitación más trascendente que la de buscar el conocimiento y la perspectiva eterna que nos ofrecen las escrituras.
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